decidido con el colt
Desmontó el jinete y acarició al caballo, pasándole la mano por el cuello y los flancos, diciendo, como si animal pudiera comprenderle: —¡Estamos muy cansados los dos! Me parece que nos hemos merecido un descanso. Te secaré antes este sudor, porque las noches en esta montaña son frescas. Y con todo cuidado, se puso a secar, en efecto, el sudor del animal y le echó una de las mantas, para que no se enfriara. Le dejó en libertad de pastar y él se echó, tapándose con otra manta. Antes de quedarse dormido, estuvo recordando lo que había pasado horas antes en el pequeño pueblo, cuyo nombre no llegó a saber, al otro lado del lago que hubo de rodear en la huida.