de topeka a pecos
Uno de los reclusos de la penitenciaria del Estado, fue llevado ante la presencia del alcaide, por orden de éste. Edgar Dee, como se llamaba el recluso, ignoraba la razón por la que el alcaide deseaba hablar con él. Caminaba en silencio y preocupado. Los dos funcionarios de prisiones que le acompañaban, no le habían informado del interés del alcaide por hablar con él, y aseguraron ignorar la razón de ello. Al llegar ante la puerta del despacho del alcaide, uno de los funcionarios se adelantó para llamar con suavidad a la puerta, que no abrió hasta tener autorización para ello.