corriendo la pólvora
Los truenos, repetidos por las rocas inmensas y «cañones», acompañados por el sibilante caminar de un viento huracanado, coreaban la escena más patética que pueda concebir la imaginación humana. Unos ramalazos luminosos, casi constantes, hacían percibir con tétrica claridad a los protagonistas. Rodeados por bloques de piedra basáltica, de oscura tonalidad, y brillando como acero a consecuencia del agua y de la iluminación de los relámpagos, encontrábase un grupo de personas que formaban el conjunto más extraño, bajo una especie de saliente que les protegía, en parte, del ataque desde arriba. Un hombre, empuñando violentamente el rifle que apoyaba sobre su costado, se movía en todas direcciones como fiera enjaulada dando órdenes sin cesar a otros cow-boys vestidos como él, cubiertas las cabezas con el sombrero de ancha ala tejana, abatida su arrogancia por los torrentes de agua que les hacían colgar de modo humillante a los costados de los rostros.