cuando un hombre llora
Philip Arnold levantó la mirada de la tierra recién removida, y clavó sus pupilas en los cuatro hombres que, a su vez, la contemplaban con cierta curiosidad. —¿Qué piensas hacer ahora, muchacho? La pregunta pareció romper el maleficio y ahuyentar de la mente del interpelado los negros presagios que la llenaban. —No lo sé, sheriff —respondió con voz grave—. Ya nada me ata a esta tierra, si no es mi propia desgracia.