en las garras del miedo
Lamont Trugkee detuvo su montura y, alargando el cuello, miró las señales claramente impresas en el polvo del camino. Tenía el rifle atravesado sobre montura y el dedo apoyado en el gatillo, dispuesto a usar el arma al primer síntoma sospechoso. La res había pasado por allí, no cabía la menor duda. Las huellas indicaban claramente que, unos pasos más adelante, había torcido hacia su izquierda, adentrándose en el bosquecillo que terminaba junto al camino, seguramente en busca de unos pastos más húmedos y jugosos que los que acostumbraba a comer en el llano. Lamont contuvo una imprecación. Montado en el caballo no le iba a ser posible seguir el rastro de la ternera extraviada, así que se dispuso a apearse, lo que hizo acto seguido.