la caja negra
Hasta hacía poco el gigantesco «pájaro de hierro» había volado tan alto que su rumor apenas llegaba a tierra. En algunos claros se oía levemente y con intermitencias, pues también dependía del viento, que en ocasiones lo recogía y lo transportaba lejos de algunas zonas. Por supuesto, ni las cebras o jirafas de las sabanas le hacían el menor caso, y todavía menos los hipopótamos en sus charcas. Algún que otro mico miraba con sus enloquecidos ojos hacia arriba, pero más que por mirar que en actitud de escuchar.