artista invitado
A decir verdad, el público lo pasaba formidablemente con el espectáculo titulado, muy acertadamente, «Los caprichos de un niño malcriado y casi malparido». Claro, sólo con el título uno ya se daba cuenta de que la cosa no iba muy en serio, que había una buena dosis de cachondeo en el asunto. ¡Y vaya si había cachondeo…! Había, sentado a la aristocrática mesa situada en el escenario, un niño de esos que, según se dice, sólo con verlos ya da asco. La criaturita debía tener unos seis o siete añitos, vestía con todo estiramiento un impecable esmoquin, y era tan señorial, tan repugnantemente majestuoso, que no movía la cabeza ni los ojos, ni nada de nada al hablar.