PAÍS LIBRO

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lou c. carrigan

felicitemos al asesino

JEROME Callaghan dejó de escribir a máquina cuando sonó el timbre de su apartamento. Miró la hora, y se dijo que las nueve no era la más apropiada para recibir visitas de las que a él le gustaban... Las que le gustaban a todo el mundo. De modo que, convencido de que no era ni Lili, ni Fifí, ni Lulú, se dirigió hacia la puerta en mangas de camisa, con la corbata convertida en un pingajo, el resto de un cigarrillo colgando de sus firmes labios y despeinado asombrosamente.