réquiem a medianoche
EN los días que siguieron, el recuerdo del hombre encadenado se convirtió en una obsesión, de la que no podía librarme, hiciera lo que hiciera. Yo no podía tener la menor queja de mi padre adoptivo, ni jamás me dio el menor motivo para sospechar que mantuviera hacia mí otras intenciones que no fueran las del afecto y el cariño que, por docenas de detalles, se esforzaba en manifestar. Simón era un hombre bondadoso al que nunca le oí pronunciar una palabra más alta que otra, ni caer en el más leve estado de irritación. Cuidaba muchísimo de su léxico y todavía estoy por oír de sus labios una frase mal sonante.