ulises cósmico
Le condenaron. La envidia forjó pruebas que le hacían culpable del mayor delito que en aquel mundo podía existir: «pensar». La actividad de cada cerebro debía limitarse a ocuparse de los problemas de cada día, dando las soluciones perfectamente previstas. Como cada paso, en el rodar espasmódico de los dientes de una rueda dentada, los pasos estaban medidos, calculados, sin el menor margen para el más pequeño error. Se había conseguido esa felicidad vegetativa que proporciona el no pensar, en no temer en el segundo que se acerca; en saber, de forma cierta, que el mañana será semejante al hoy y parecido al ayer.