la masa
Alan tomó el silencioso ascensor que conducía a la cúpula del observatorio. Cuando pulsó el botón del aparato, la sonrisa que desde que llegó ante el edificio había aparecido en su rostro se intensificó, como si desease —estaba seguro de ello— hacerla más perceptible y concreta. Iba a pasar la tarde con Betty. Solo de pensar en todo el daño que iba a poder hacer a Clark le llenaba de extraño regocijo. Y la lástima era que, como de costumbre, cuando se había hecho más insinuante junto a la muchacha, confesándole su deseo de hacerla su esposa, ella, también como de costumbre, había cortado sus impulsos con una de aquellas carcajadas que parecían hechas para destrozar cualquier argumento serio que se le ocurriese.