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justicia robótica

Le temblaban las manos. La emoción despertaba una especie de dulce angustia en su pecho, y era como si toda la carga afectiva de su cuerpo se concentrara en lo que veían sus ojos, en lo que rozaban sus dedos. Sus dos manos tecleaban el panel de mando del poderoso microscopio electrónico, y sus ojos, pegados al visor, seguían con verdadera pasión científica el importante proceso de fusión que se llevaba a cabo en el «caldo de cultivo». ¡Y todo gracias a la «dermatina»! Una sustancia que había tardado tres largos años en sintetizar, algo que iba a modificar de forma sorprendente la apariencia externa de los robots.