el asesino que llegó del cosmos
Escogieron la universidad de Yale y, desde las primeras horas de la mañana de aquel día de agosto, los vehículos de todas clases y formas empezaron a convertir los lugares de aparcamiento en unas manchas cada vez más abigarradas y densas, como si sobre el suelo hubiesen surgido excrecencias multicolores y brillantes, en una curiosa y fantástica erupción. Parejas de uniformados agentes vigilaban las entradas del pabellón de Historia, que era el elegido para la sesión que iba a celebrarse. Y para los que pasaban ante las puertas era motivo de regocijo y hasta de bromas con los agentes policíacos, cuando leían los enormes carteles que proclamaban por todas partes la exclusividad de sexo de los asistentes a la reunión.