la senda del río
La escena era dulce y tranquila. Un escenario, además, brillante y luminoso, porque a la paz y la calma del ambiente de aquel final de otoño, se unía el encanto maravilloso de un día radiante y un sol de oro que lucía en un cielo sin nubes. Dos hombres acababan de llegar a un lugar, sito en la cima de una loma, a orillas del río, al que Ruggles llamaba «su estudio». Un lugar silvestre, con el río bravo y silencioso corriendo al pie de la colina, y rodeado por la gloria verde de los bosques grandiosos. El suelo estaba cubierto de un césped verde y tierno. Y la paz y la quietud del paisaje cándido y grandioso, parecía impregnar también a los hombres, tocados de majestad.