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kent davis

la funeraria de jim death

La sólida puerta mostraba dos aldabones de bronce en forma de manos cerradas. Dos escalones subían al alargado porche. Miró en derredor, a la soleada calle desierta. Algunos curiosos asomaban a las ventanas o a la puerta de la próxima cantina, pendientes de su reacción ante la «herencia» de tío Jim. A su lado, Rufus Dolver, alcalce de la localidad, era su anfitrión e informador personal.