PAÍS LIBRO

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kent davis

delirio de sangre

El conductor de la diligencia hubo de apelar a todas sus fuerzas, que eran muchas, para detener a los aterrorizados caballos de tiro. Los relinchos de estos retumbaron en los oídos de los viajeros acomodados dentro de la polvorienta caja de madera del vehículo, mientras se encabritaban al tirar enérgicamente de las riendas el postillón. Él sabía que sus animales no se asustaban fácilmente por una nimiedad. Los largos recorridos de postas enseñaban a aquellos caballos mucho más que cualquier escuela de equitación. Indios o bandidos, acostumbraban a dejarles indiferentes.