el terror purpúreo
Sesenta personas le vieron apearse del coche estacionado delante del rascacielos -uno de los más bellos de la ciudad-pero apenas dos o tres repararon en la contracción significativa de sus labios que se destacaban como finísima línea violácea en el pálido rostro. La chistera de los cien reflejos y el lujoso automóvil las tenían embobadas. Una y otro revelaban la elevada posición social del personaje que, gustosos, hubieran cambiado por la suya. De saber la verdad no hubieran querido aceptarla ni por todo el oro del mundo