mañana estaré muerto
LO cierto era que a Chuck O’Leary le habían dejado irreconocible. Cuando el inspector Kincard y el agente Allen entraron en el despacho que el detective poseía en la Salle Street, lo primero que pudieron distinguir fue su cuerpo inclinado sobre la mesa metálica. En el primer momento creyeron, sin duda, que O’Leary estaba durmiendo la borrachera después de una noche más que movida. —Este hombre morirá de un ataque de delirius tremens. Trasiega cada día una cantidad de ginebra que bastaría para emborrachar a tres hombres con menos resistencia de la que posee Chuck—dijo Kincard, moviendo la cabeza reprobatoriamente.