PAÍS LIBRO

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keith luger

tierra condenada

La lluvia cala sobre el rostro del cadáver y las gotas se unían deslizándose por la nariz y los pómulos hasta el suelo. La luz del farol teñía de un color verdoso la epidermis y los ojos cerrados para siempre parecían dos agujeros oscuros. El hombre joven se agachó sobre el muerto un instante, y dijo: —Sí, es Harry. Había en su voz una gran emoción. El otro, el que sostenía el farol, chasqueó la lengua y repuso roncamente: —Lo encontré hace un rato.