se tiñeron de rojo
La rubia tenía lo suyo y lo de una prima hermana, y ya saben lo que quiero decir con esto. Se cubría con un vestido de noche sin breteles y toda ella era una sinfonía en blanco y negro; poseía tal clase de curvas que uno se mareaba a la primera impresión. Me había dicho su nombre: Dorothy, y yo le había dicho el mío: Bill. Eso ocurrió una hora antes, cuando fui a caer al lado de ella en el mostrador de aquel bar de la playa, pero ahora ya no estábamos en el mostrador, sino en un reservado, y ya íbamos por el tercer beso. La cosa marchaba y prometía ir a más. Los dos habíamos llegado allí, cada uno por su parte, con una buena carga de whisky en el estómago. Luego seguimos bebiendo y aunque yo necesito una buena dosis para turbarme, empezaba a sentir los efectos; pero ella estaba colorada y pensé que lo mejor sería nos fuésemos a su apartamento o al mío.