no tengo armas
El sheriff de Wall City, Stanley Burks se puso las manos junto a boca para amplificar su voz y gritó: —¡Eh, Harrison...! ¿Me oyes? Transcurrieron unos segundos sin que nadie viniese a turbar el silencio. El sheriff se hallaba parapetado tras unas rocas, teniendo a su lado dos hombres armados. En el círculo de peñascos que rodeaba el pequeño valle había dos docenas de muchachos estratégicamente situados. —¡Harrison...! —gritó de nuevo—. ¿Quieres, entonces, que empecemos la fiesta?