las rubias mueren así
Gary Maughan, de veintiocho años de edad, uno setenta y tres de talla, fornido, de anchos hombros, pecho atlético, rostro de rasgos duros, respirando energía y virilidad por todos los poros, entró a grandes zancadas en el bar que el F. B. I. destinaba a sus funcionarios en el Departamento Central de Washington. Cinco hombres ocupaban otros tantos taburetes de los que había ante la barra. Casualmente uno de ellos giró la cabeza y al instante su cara reflejó una gran sorpresa. —¡Que me maten, muchachos, si ese tipo no es Gary Maughan!