la rubia del látigo
Iris Allison viajaba en su tílburi, último modelo, de dos caballos. En el pescante iba un cochero inglés, Samuel, que Iris había traído de Londres la primavera pasada. Samuel conocía su obligación. Había salido de casa y la primera parada obligatoria tenía que hacerla ante el Banco Allison. Tiró suavemente de las bridas y el carruaje se detuvo. El director del Banco Allison, Alex Palmer, ya estaba en la puerta, como todos los días, y se acercó al carruaje.