calen la bayoneta
Jean Villard, de pequeña estatura, cabeza grande, ojos negros y barba muy cerrada, salió de la tienda de campaña y se puso la mano derecha como visera para guardarse del sol que caía a plomo sobre el desierto. Un poco más allá, a unas treinta yardas de distancia, vio a su compañero Luigi Campaneta, en lo alto de una duna, bajo la rústica techumbre de hojas de palmera sostenida por cuatro estacas. Luigi hacía su guardia, inmóvil como una estatua, con el fusil descansando en la arena.