el espantapájaros
TENÍA lágrimas en los ojos. Ella nunca le había visto llorar, estaba segura de que aquellas lágrimas eran sinceras. Pero había tomado una decisión; no podía volverse atrás. Se iba a vivir su vida. Aquella jaula de oro la oprimía, necesitaba respirar el dulce aire de la libertad. —Solo quiero que reflexiones un poco, hija mía —dijo el hombre, quitándose las gafas y procediendo a limpiarlas con un pañuelo. Se levantó de detrás de la mesa de su despacho y se acercó a la ventana para que su hija no le viese llorar—. Lo que intentas es peligroso... Eres demasiado joven, demasiado ingenua, demasiado buena.