la invasión de los cerebros
Hugt Moses acabó de llenar su pipa, se la puso en la boca y la encendió, recreándose en la acción. No tenía ninguna prisa. Ni por encender su pipa, ni por nada. A sus sesenta y dos años de edad, Hugt Moses prefería tomarse las cosas con calma. Odiaba las prisas, el ruido, el bullicio, el nerviosismo... Por eso había abandonado Sacramento y se había instalado en aquella pequeña pero cómoda y tranquila casa de campo, lejos de la gran ciudad.