los secretos de la casa vacía
Míster Wilson, temblándole las manos de rabia y... ¿por qué no decirlo?, de miedo, cogió el auricular y llamó al número que acababa de indicarle Mack-Wan. —Aquí jefatura de policía —dijo el policía—. Creo que... Al llegar aquí, míster Wilson calló como si alguien le hubiese puestos unas mordazas. Su rostro, ya de rato pálido, tornóse cadavérico, y sus ojos se inyectaron en sangre. Finalmente, colgó el aparato con un gesto de indescriptible rabia, murmurando: —¡Miserable!