asalto al circo
El formidable maorí suponía tan suya la partida que estalló en una estruendosa carcajada a las mismas barbas del poderoso trepador. Pero, es que la puerta de hierro estaba todavía abierta cosa de diez centímetros y el desgraciado zelandés no contaba, no podía contar con que Mack-Wan era el mismo rayo, y más duro que el acero. La carcajada se le heló súbitamente en los labios al maorí. Nuestro poderoso enmascarado había logrado introducir la mano entre el borde de la puerta y su batiente.