sabotaje en persia
El almuédano voceaba sonoro desde el minarete, llamando a los fieles musulmanes hasta la mezquita principal de Teherán. Las calles que confluían a ella estaban llenas de gente, esperando la llegada del general Alí Razmara, jefe del gobierno persa. Apareció un reluciente automóvil americano, del que el sol arrancaba destellos fulgurantes, y la multitud aclamó frenéticamente al estadista iraniano que, apeándose del coche, entró en la casa de Mahoma acompañado de los ministros de su gabinete. A ambos lados de la puerta central de la mezquita, quince o veinte soldados, sosteniendo metralletas y enfundados los revólveres, custodiaban al general mientras asistía con unción al acto religioso.