el crimen de los parásitos
Me despertó Josephine, que estaba gritando en la cocina. Alguien le había quitado su cuchillo favorito, para cortar carne, y, al parecer, eso la había indignado y preocupado a la vez. Pero ya se imaginaba quién fue el autor de aquella travesura y, a gritos, manifestó que si Eddie no se lo llevaba inmediatamente, sin perder un momento, ella iría a retorcerle el pescuezo. Ya tenía bastante que hacer y sobrado trabajo en aquella casa de locos, para que, además, se viese obligada a luchar con los críos. Y juró, por Dios, que si en alguna ocasión, se veía obligada a buscar otra casa, antes de entrar en ella pediría referencias. A gritos volvió a llamar a Eddie y le avisó de que si no bajaba inmediatamente la escalera, ella subiría a su encuentro y le quitaría, para siempre, las ganas de reírse. ¿Acaso no la estaba oyendo?