hombres malos
La vetusta diligencia, acompañada por su extraña sinfonía de crujidos y traqueteos, se deslizaba por un territorio de seca adustez. Todos cuantos en ella viajaban, desde el mayoral al último de los pasajeros, danzaban constantemente como ejecutando un grotesco baile impuesto por aquella misma sinfonía monocorde. Los equipajes se bamboleaban en el techo, y las ruedas, gimientes, saltaban o se hundían en las desigualdades del terreno, acentuando los lastimeros chirridos.