el misterio de cuatro lagunas
Tuve ocasión de conocer a Terry Patten con motivo de la causa por falsificación de Patterson-Pratt, y por cierto que en aquella ocasión hubiera renunciado de buen grado al placer de conocerle. Nuestra firma rara vez se ocupaba de casos criminales, pero la familia Patterson eran antiguos clientes nuestros y, naturalmente recurrieron a nosotros cuando surgieron los problemas. Ordinariamente, un asunto tan importante habría sido puesto en manos de uno de los socios con mayor experiencia, pero en vista de que yo había redactado el testamento de Patterson la noche antes de su suicidio, el trabajo recayó sobre mí. La parte más desagradable de todo el asunto fue la publicidad que se le dio; si hubiéramos podido mantenerlo fuera del alcance de los periodistas, no habría sido tan difícil, pero nos fue imposible; Terry Patten estaba sobre nuestra pista, y en una semana había lanzado sobre nosotros a toda la prensa de Nueva York. Cuando terminé mi labor quedé con los nervios tan alterados como buena era antes mi salud. Así estaban las cosas, cuando mi doctor me recomendó que me fuera a descansar a un lugar tranquilo y fuera del alcance de los periodistas de Nueva York. En aquel momento me acordé de la plantación de Cuatro-Lagunas. Este era el fantástico nombre de una granja del valle de Shenandoah y pertenecía a un tío mío a quien no había visto desde mi niñez. Mi doctor recibió la idea con entusiasmo. Una granja, dijo, llevando una vida tranquila y al aire libre, era lo que me convenía. Si hubiera podido prever los acontecimientos que se desarrollarían en la granja, dudo mucho que la hubiese recomendado a un hombre que padecía de los nervios