cuando el velo se rasga
Parecía increíble. Pero iba a suceder. Ese instante final, que todos sabemos nos espera, llegaba. Vio, con angustia, cómo le apuntaban los fusiles. Vio también los fogonazos y, en el mismo instante, como si el Universo girase locamente en el interior del cerebro, sintió el horrible dolor moral y material de los proyectiles que le arrebataban la vida. Antes de caer muerto sintió la sangre derramándose, caliente y viva, al interior y al exterior del cuerpo. Y después... ¡Muerto! Lo supo al sentir, sin dolor, cómo un sueño profundísimo, invencible, le obligaba a hundirse en una negrura espesa, profunda, horriblemente infinita.