un fantasma armado de rifle
Sam Gitlin salió a la puerta de su bien surtido almacén y tendió la mirada por la polvorienta calle. Soplaba el viento y levantaba el polvo de la tierra creando una especie de neblina muy molesta. Sam Gitlin maldijo entre dientes. Días así arruinaban cualquier negocio, porque las mujeres preferían quedarse en sus casas, antes de arriesgarse a tragar ingentes cantidades de aquel desagradable polvillo. —Mal negocio, ¿eh, Sam? Se volvió. Su vecino, propietario de la ferretería, estaba también en la acera contemplando el incómodo panorama. Más allá se abrió la puerta de la peluquería y el barbero salió echando chispas.