los pistoleros no mueren
El crepúsculo ardía como una llama roja sobre las montañas cuando el primer calesín llegó ante la granja de Larry Andrews. En el calesín viajaban Clark Almaunisky y su esposa, un matrimonio de edad mediana, rostros curtidos y espaldas que el trabajo duro en una tierra que ellos habían convertido en fértil comenzaba a doblar inexorablemente.