PAÍS LIBRO

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gordon lumas

la ley del colt 45

Harry Clark oyó los dos rápidos disparos cuando estaba sentado en su oficina, pensando en Muriel, en los encantos de Muriel y en que habría que hacer algo con ella, y pronto, o acabaría tan loco como el viejo Talmadge. Los disparos retumbaron lejanos, pero claramente audibles. El comisario se levantó refunfuñando. Había sido un domingo tranquilo, sin excesivos alborotos. Y, desde luego, sin disparos.