PAÍS LIBRO

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gerard woren

los perros

LA carretera que conducía a Deggendorf estaba todavía húmeda y brillante. Había cesado de llover apenas una hora antes y las grandes nubes que entoldaban el cielo se desplazaban a grandes velocidades, impulsadas por fuertes ráfagas de viento. Lluvia, viento, frío... Una tarde desapacible de invierno, cruda y desgarradora, fácilmente influenciable para el espíritu de cualquier hombre que no fuese Rolf Fink, poco inclinado a considerar los fenómenos atmosféricos o naturales y rabiosamente emprendedor por el contrario en lo que se refería a asuntos de negocios.