PAÍS LIBRO

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gerald fairlie

macall no descansa

LLEGUÉ a mi despacho con diez minutos de retraso. Es decir, diez minutos más tarde de lo acostumbrado. En realidad no importaba a qué hora llegara, puesto que la única persona que podía despedirme por llegar tarde era yo mismo. Constaba de dos reducidas habitaciones situadas en un edificio enteramente dedicado a oficinas. Casi todas las demás tenían puertas de cristal con rótulos dorados. La mía era de madera oscura y sólo ostentaba mi nombre en letras modestas pintadas de blanco. Nada más. Ni siquiera las palabras : Detective Particular. También había resistido la tentación de estampar un ojo bajo mi nombre.