sandy
En el círculo de mortecina luz proyectado por el farol del muelle, los dos hombres se encontraron. Mediaron palabras: conciliadoras unas, insultantes las otras. Brilló, siniestro, un puñal. Un grito de sorpresa, de dolor, de rabia. Un silbato puebla la noche con sus estridencias. El asesino mira a su víctima, lanza el puñal al agua, gira sobre los talones y se pierde por la vecina callejuela perseguido por el vigilante que, momentos antes, diera la alarma.