fidelidad bravura integridad
EL coronel Janko Drakovicz era un oso cejijunto, gigantesco, y de grandes y velludas manos. Dos ojos azul pálido brillaban fríamente, hundidos en sus cuencas. La luz caía de lleno sobre su rapada cabeza, con el pelo cortado a lo prusiano. —Yo recibo órdenes y las cumplo —dijo con voz ronca—. Pero hay varias cosas que no estaban incluidas en las órdenes y que, por lo tanto, he de averiguar por mi cuenta. El hombre que estaba enfrente de él se quitó el cigarrillo de los labios para hablar. —Pues, pregunte. Ambos hablaban en inglés, aun cuando el del coronel era un tanto confuso. No obstante, se habían entendido bien hasta ahora. —Necesito saber qué es, exactamente, lo que quiere usted. Hubo un pequeño silencio.