el vagabundo del otoño
Tilly acabó de dar instrucciones al criado y salió a la terraza. Una ligera brisa llegaba de las montañas, y esa brisa era ya fresca, casi fría. —El otoño, ya —murmuró. El lago estaba en calma. Sólo una lancha se veía en él. Al fondo, las montañas imitaban a una tarjeta postal. Volvió a entrar. Sus padres le habían escrito una carta comunicándole que aún tardarían cinco días en volver. No le importaba. Estaba a gusto sola, aunque echaba de menos el verano. El invierno resultaba muy largo.