PAÍS LIBRO

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frank caudett

el enigmático profesor sicosis

No nos veíamos. Pero nos estábamos mirando por el magnífico espejo que Elmer Hopkins había colocado tras de él, al otro lado del mostrador, en lo que decía ser mejor snack de todo Oakland. Él, bebía. Yo, tres cuartos de lo mismo. —¿Sabes lo que pienso de ti, Bryan? —le pregunté. Arqueó las cejas, dejó su vaso encima del mostrador, ladeó la cabeza ligeramente para escrutarme, inquirió a su vez: —¿Qué piensas?