sangre y furia
Dallas Querland, comisario de Fort Sand, en el Territorio de Arizona, había dormido cuatro horas, lo máximo que conseguía descansar de una vez, cuando Ed Brant, el carcelero, le despertó, sacudiéndole por un hombro. —Jarboe me dijo que le despertase a las cinco —explicó el hombre. Querland se incorporó, bostezando en medio del calor pegajoso de aquella habitación trasera, perteneciente al edificio que hacía las veces de cárcel y de oficina del representante de la ley. Mientras recogía las botas, preguntó: —¿Está aquí Lasher, Ed?