una estrella de cine
Margarita, grácil y pizpireta, ascendió de dos en dos los pinos y desgastados escalones de los cinco pisos que separaban el suyo de la portería, y, cuando alcanzó el último rellano, hubo de apoyarse, jadeante y arrebolada, sobre la jamba de la puerta para tomar aliento. Luego, pulsó nerviosa el timbre que repicoteó sordamente, y esperó. Momentos después, la puerta giraba en silencio, y una figura voluminosa se boceto en el vano, obstruyéndolo completamente. La silueta pertenecía a una matrona de unos cincuenta años, de senos ampulosos, vientre abultado, caderas anchísimas y rostro redondo y grasiento, en el que lo más notable de destacar, eran unos ojos grises de mirar dulce y una nariz recta y bien proporcionada. El casco de su pelo recogido, de forma tirante, hacia la parte posterior de su cráneo aparecía sembrado de gran cantidad de hebras plateadas, que el uso de la brillantina hacía resaltar con nitidez.