trágica ambición
Si alguien tuvo alguna vez la muerte delante de sus ojos y logró ahuyentarla en el último minuto, cuando parecía imposible zafarse de su guadaña, ese hombre de suerte fue Albert Paine. Porque hacía falta tener mucha suerte para caer malherido en un barranco, en un paraje agrio y nada frecuentado y pasarse las horas perdiendo sangre, sin esperanza alguna de salvación para que en ese minuto decisivo en que ya la vida, en el cuerpo, no aguantaba más la presión de la Parca, alguien oportunamente llegase hasta él para sacarle de aquella tumba a cielo abierto y volverle a la vida tras ímprobos y denodados esfuerzos.