pena de muerte al traidor
ALBOREABA el año 1861. Las calles de Nueva Orleáns, la bella e industriosa ciudad de Luisiana, junto al caudaloso Mississippi, se hallaba poseída del más agudo nerviosismo. Por sus calles amplias, soleadas por el sol de marzo, salpicadas de bellos y arrogantes edificios, circulaba una multitud enfebrecida, en la que el elemento femenino daba colorido al ambiente, en una amplia y excitada representación. Eran los días tremantes en los que los estados del Sur, sin entenderse con el gobierno federal en el arduo problema de los esclavos negros, se hallaban dispuestos a lanzarse a la peligrosa aventura de una guerra civil, solamente para defender aquel inhumano fuero de la esclavitud, tan arraigado en el espíritu altivo de la nobleza—nobleza en dinero y plantaciones—de los estados sureños.