los patrulleros de la medianoche
Sam Gaspar se levantó a medio vestir al oír golpes contundentes en la puerta de su habitación. Se había acostado al rayar el alba y apenas si llevaba dos horas durmiendo, pero llamadas tan imperiosas a tales horas debían de obedecer a motivos también imperiosos. Abrió la puerta, no sin antes empuñar el revólver en previsión de que el visitante no fuese de su agrado. Sam sabía que su vida no valía dos centavos desde hacía algún tiempo y no quería dar facilidades a sus enemigos para que le enviasen donde ya algún otro de su famosa patrulla esperaba inmóvil la compañía de algún otro compañero.