los expoliadores del llano estacado
A la suave luz del atardecer de un caluroso día de agosto, un jinete montado sobre un brioso mustang, rubio como un campo de trigo en sazón, coronó lo alto de una loma y se detuvo en su cima, llevando ambas manos a su moreno rostro para formar pantalla y proteger sus ojos de la roja lumbrarada del sol que le hería de frente, impidiéndole contemplar a su guste todo el dilatado paisaje que se abarcaba desde aquel observatorio.