los déspotas de la pradera
HALLÁBANSE a caballo sobre lo alto de una dura loma, con el sol hiriéndoles de frente, en aquel atardecer de primavera que era como una caricia a los sentidos. Hasta ellos llegaba el olor acre de las ingentes espigas de hierba, aún verdes, altas y firmes, que al soplo de la brisa formaban suaves y caprichosas oleadas de un mar extraño que no se parecía a nada y que nunca se podía olvidar después de haberlo admirado una sola vez. La pradera se perdía en derredor como algo absorbente que se revelase contra el dominio del hombre. ..