PAÍS LIBRO

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fidel prado

las hazañas de errol bowles

FLAGELABA las carnes como un látigo un frío crudo y áspero que soplaba aquella tarde de principios de febrero. El cielo, encapotado, amenazaba con nevar, y el aire, al correr en turbonadas, levantaba oleadas de polvo que formaban espesas cortinas en la carretera. Bill Roock, “Dos Pistolas”, caminaba molesto, más que por el frío, al que estaba acostumbrado, por el polvo, que irritaba sus ojos. Le precedía la diligencia que, hacia el servicio desde Bisbee a Tucson, en Arizona, y el potente tiro de bien alimentados caballos que arrastraban el pesado vehículo removía el polvo de la carretera, dejando tras él tan molesto rastro.